Beardstown - Afiliación Élite

Ni si quiera recuerdan cuándo empezaron a dejar que otros pensaran por ellos. Están convencidos que es algo que les viene dentro, de nacimiento. Me pregunté en su momento qué era esa chispa que hacia a los habitantes de Beardstown, una pequeña ciudad del estado de Ilinois, tan felices. Ahora lo entiendo. Es el conformismo mezclado con el pasotismo, la ignorancia ante el mundo. Sin embargo, algo seguía sin encajar en ese tipo de extraño comportamiento encerrado tras sonrisas de verdadera felicidad. Antes no eran así. Se parecían al resto del mundo, diferenciándose en sus pequeños gestos y acciones. Pensaban, padecían. Todo ello quedó en un segundo plano de manera paulatina, como si algo en sus mentes comenzara a ser diferente, como, como… Como si les hubieran cambiado el chip. Ahí, precisamente, estaba el secreto escondido de tan falsa estructura. Recordar la razón que me llevó hasta la respuesta es algo que me hace daño, no podía creer la realidad.

Todo empezó en un pequeño pero gran organismo del gobierno, el destinado a la investigación. Éste quiso participar en la nueva iniciativa del estado americano. Se escudaban quizás en la búsqueda de soluciones a la situación mundial: tenían que aportar nuevos puntos de vista y objetivos. Las razones pudieron ser diversas, pero la que más pesaba y ocultaban era la de obtener control total sobre la población, y no sólo a escala de una pequeña ciudad. Los Estados Unidos ha sido pionero en este tipo de investigación directa, sin embargo ningún otro país fue ni es consciente de ello. Probablemente porque supondría enormes diferencias éticas. Poco importaron a la hora de dar el visto bueno a la iniciativa los derechos humanos. Se llevó a cabo, pues hace aproximadamente cinco años Beardstown es una ciudad autómata. Se empezaron a implantar dispositivos de control en la población, tanto en recién nacidos como en personas ya nacidas. Todos debían tener ese pequeño chip que inhibiera cualquier sentimiento de rebelión e inconformismo para con la ley y la manera de gobernar. Se acabaron los conflictos, pusieron fin a las quejas, a la democracia. Y así, en silencio, implantaron una dictadura en la ciudad de la que no pueden salir. Los problemas económicos tocaron fondo, quizás por la creciente oleada de ricos y el empobrecimiento general. Todo se endureció a un ritmo vertiginoso y nadie podía hacer nada, sólo decir sí sin quejarse, sin decir absolutamente nada.

Quizás fue el destino el que quiso de alguna manera que hubiese gente que escapara a las artimañas de aquel subidón de poder de las altas esferas, pero a día de hoy sé a ciencia cierta que hay gente, como yo, que sin querer o queriendo escapó de tener que implantarse aquellos dispositivos. Muchos fueron avisados directamente por chibatos cercanos al gobierno y la alcaldía del estado, otros lo oyeron, unos pocos eran simples sin papeles… Yo dejé la alcaldía de la ciudad, dimití por mi ética y consciencia. Y me escondo a la espera de poder actuar. De momento la población sigue viviendo en la ignorancia y aquellos que aún conservan el control sobre sí mismos procuran no llamar la atención, ni si quiera tratan de darse a conocer. Más les vale cuidarse de ello e integrarse en la ciudad. Sin olvidarse que hasta las paredes tienen oídos.

Sé que llegará el día en el que pueda salir de éste agujero en el que me encuentro, será entonces cuando los cimientos del mundo tiemblen.

Ni si quiera recuerdan cuándo empezaron a dejar que otros pensaran por ellos. Están convencidos que es algo que les viene dentro, de nacimiento. Me pregunté en su momento qué era esa chispa que hacia a los habitantes de Beardstown, una pequeña ciudad del estado de Ilinois, tan felices. Ahora lo entiendo. Es el conformismo mezclado con el pasotismo, la ignorancia ante el mundo. Sin embargo, algo seguía sin encajar en ese tipo de extraño comportamiento encerrado tras sonrisas de verdadera felicidad. Antes no eran así. Se parecían al resto del mundo, diferenciándose en sus pequeños gestos y acciones. Pensaban, padecían. Todo ello quedó en un segundo plano de manera paulatina, como si algo en sus mentes comenzara a ser diferente, como, como… Como si les hubieran cambiado el chip. Ahí, precisamente, estaba el secreto escondido de tan falsa estructura. Recordar la razón que me llevó hasta la respuesta es algo que me hace daño, no podía creer la realidad.

Todo empezó en un pequeño pero gran organismo del gobierno, el destinado a la investigación. Éste quiso participar en la nueva iniciativa del estado americano. Se escudaban quizás en la búsqueda de soluciones a la situación mundial: tenían que aportar nuevos puntos de vista y objetivos. Las razones pudieron ser diversas, pero la que más pesaba y ocultaban era la de obtener control total sobre la población, y no sólo a escala de una pequeña ciudad. Los Estados Unidos ha sido pionero en este tipo de investigación directa, sin embargo ningún otro país fue ni es consciente de ello. Probablemente porque supondría enormes diferencias éticas. Poco importaron a la hora de dar el visto bueno a la iniciativa los derechos humanos. Se llevó a cabo, pues hace aproximadamente cinco años Beardstown es una ciudad autómata. Se empezaron a implantar dispositivos de control en la población, tanto en recién nacidos como en personas ya nacidas. Todos debían tener ese pequeño chip que inhibiera cualquier sentimiento de rebelión e inconformismo para con la ley y la manera de gobernar. Se acabaron los conflictos, pusieron fin a las quejas, a la democracia. Y así, en silencio, implantaron una dictadura en la ciudad de la que no pueden salir. Los problemas económicos tocaron fondo, quizás por la creciente oleada de ricos y el empobrecimiento general. Todo se endureció a un ritmo vertiginoso y nadie podía hacer nada, sólo decir sí sin quejarse, sin decir absolutamente nada.

Quizás fue el destino el que quiso de alguna manera que hubiese gente que escapara a las artimañas de aquel subidón de poder de las altas esferas, pero a día de hoy sé a ciencia cierta que hay gente, como yo, que sin querer o queriendo escapó de tener que implantarse aquellos dispositivos. Muchos fueron avisados directamente por chibatos cercanos al gobierno y la alcaldía del estado, otros lo oyeron, unos pocos eran simples sin papeles… Yo dejé la alcaldía de la ciudad, dimití por mi ética y consciencia. Y me escondo a la espera de poder actuar. De momento la población sigue viviendo en la ignorancia y aquellos que aún conservan el control sobre sí mismos procuran no llamar la atención, ni si quiera tratan de darse a conocer. Más les vale cuidarse de ello e integrarse en la ciudad. Sin olvidarse que hasta las paredes tienen oídos.

Sé que llegará el día en el que pueda salir de éste agujero en el que me encuentro, será entonces cuando los cimientos del mundo tiemblen.