La llegada del otoño anuncia el inicio de un nuevo curso escolar en Hogwarts. Pero este otoño no trae consigo sólo colores vivos y hojas caídas, trae también la presencia de una nueva alianza.
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We aren't strangers ✖ Ares Wellington
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We aren't strangers ✖ Ares Wellington
"Puedes reír. Yo te dejo reír, aunque no puedas."
Sábado por la noche. Muchos estudiantes salen del colegio disfrutando de sus permisos especiales para poder hacer y deshacer a su antojo. Las fiestas de los universitarios siempre se ponen demasiado buenas, incluso algunas celebraciones de alumnos más jóvenes suelen ser entretenidas, bien dicen por ahí que la actitud es lo que importa. Daba igual, la morocha no estaba con antojo de asistir a alguna, por extraño que pareciera deseaba una noche tranquila, o al menos eso creía que podría pasar, la mayor parte del tiempo se deben tener los pies sobre la tierra, ese anochecer no puede ser la excepción, y es que en Hogwarts nunca se tiene algo común, algo tranquilo o aburrido, siempre hay emociones que se disparan de un momento a otro, que pueden ser tan variables como un carácter voluble, o una mente distorsionada. Así de extremas pueden ser las emociones en ese lugar.
Hay muchos mitos, leyendas e historias que pueden ser tanto verdades como mentiras entre los pasillos del castillo, fantasmas que recorren inquietos cada zona para dejar un rastro de lo que en su momento fueron. Dezireé siempre disfrutaba de las bromas de algunos, a veces le pasaban encima para darle sensaciones de mareo, el alma de esos muertos, siempre tan errante, tenían efectos especiales en los vivos, a ella sólo le daban algunos mareos que se controlaban al instante; Caminó desde su dormitorio hasta los amplios terrenos, no se detuvo para nada, ni siquiera por la interrupción del camino a base de saludos, algunos extraños, otros conocidos. daba igual, no tenía ganas de estar con ninguno de ellos, debía buscar algo más interesante, el problema era uno ¿Qué?
El estomago de Derizeé comenzó a hacer sonidos poco apropiados, una mala señal, pues indicaba el hambre excesivo que estaba experimentando. Ella no tenía planeado arribar al gran comedor, para nada, más bien explorar un poco de aquel peculiar castillo, pero sino ingería algún alimento, probablemente se quedaría a mitad de tan emocionante "aventura". Sus piernas tan gráciles le hicieron avanzar con lentitud pero derrochando su sensualidad nata, así hasta que llegó al lugar indicado para saciar su deseo por alimentos. Se encontró al poco tiempo sentada en la mesa correspondiendo, esperando a que el alimento apareciera, sacó su varita agitándola con total naturalidad, con ella apareció aquel libro sobre misterios de la magia, no vendría demás echarle un vistazo, además de que le gustaba.
La comida estaba bastante buena, un poco de carne, acompañamiento de verduras, nada fuera de lo común, lo suficiente para poder callar el hambre que experimentaba en ese momento. Suspiró un par de veces llevándose un nuevo bocado, leyendo un par de lineas más del libro hasta que alzó la mirada. Puedo observar la figura imponente de uno de sus profesores, la chica se limitó a sonreírle y hacerle un movimiento con la mano, debe aceptarlo, es un excelente maestro, por eso tan "efusivo" saludo a la distancia.
Hay muchos mitos, leyendas e historias que pueden ser tanto verdades como mentiras entre los pasillos del castillo, fantasmas que recorren inquietos cada zona para dejar un rastro de lo que en su momento fueron. Dezireé siempre disfrutaba de las bromas de algunos, a veces le pasaban encima para darle sensaciones de mareo, el alma de esos muertos, siempre tan errante, tenían efectos especiales en los vivos, a ella sólo le daban algunos mareos que se controlaban al instante; Caminó desde su dormitorio hasta los amplios terrenos, no se detuvo para nada, ni siquiera por la interrupción del camino a base de saludos, algunos extraños, otros conocidos. daba igual, no tenía ganas de estar con ninguno de ellos, debía buscar algo más interesante, el problema era uno ¿Qué?
El estomago de Derizeé comenzó a hacer sonidos poco apropiados, una mala señal, pues indicaba el hambre excesivo que estaba experimentando. Ella no tenía planeado arribar al gran comedor, para nada, más bien explorar un poco de aquel peculiar castillo, pero sino ingería algún alimento, probablemente se quedaría a mitad de tan emocionante "aventura". Sus piernas tan gráciles le hicieron avanzar con lentitud pero derrochando su sensualidad nata, así hasta que llegó al lugar indicado para saciar su deseo por alimentos. Se encontró al poco tiempo sentada en la mesa correspondiendo, esperando a que el alimento apareciera, sacó su varita agitándola con total naturalidad, con ella apareció aquel libro sobre misterios de la magia, no vendría demás echarle un vistazo, además de que le gustaba.
La comida estaba bastante buena, un poco de carne, acompañamiento de verduras, nada fuera de lo común, lo suficiente para poder callar el hambre que experimentaba en ese momento. Suspiró un par de veces llevándose un nuevo bocado, leyendo un par de lineas más del libro hasta que alzó la mirada. Puedo observar la figura imponente de uno de sus profesores, la chica se limitó a sonreírle y hacerle un movimiento con la mano, debe aceptarlo, es un excelente maestro, por eso tan "efusivo" saludo a la distancia.
Dezireé A. Chevallier- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 06/05/2013
Re: We aren't strangers ✖ Ares Wellington
Había profesores más sociables que otros. Wellington no estaba entre ellos, pero aun así le sacaban conversación o pedían su opinión en todo tipo de temas, desde los más triviales hasta los trascendentales. Su educación le impedía dar un no por respuesta y habitualmente se lo podía ver respondiendo a tales asuntos con la mayor diligencia que le fuera posible. Aunque temido por muchos, también era respetado por otros tantos y a veces incluso querido. Aquella tarde estaba conversando apaciblemente con el profesor de Herbología mientras caminaban hacia el Gran Comedor. Longbottom era un hombre de baja estatura, ancho de estómago y cara redonda con demasiado aire inocente o de santurrón. A su lado, el profesor Wellington parecía el mismísimo diablo sacado del infierno. También eran condenadamente dispares; mientras Wellington rozaba el perfeccionismo extremo en cada cosa que hacía, Longbottom gozaba de una torpeza natural que resultaba cómica a ojos de algunos y desquiciante a los de Wellington. Sin embargo le respetaba por su participación en la guerra contra los mortífagos y la valentía con la que lideró a los muchachos de Hogwarts a pesar de tener tan solo diecisiete años. Quizá por ese motivo se llevasen bien.
Ambos estaban sentados en la amplia mesa del profesorado cuando el reloj dio las siete en punto y su superficie se llenó de comida, al igual que las otras cuatro restantes en las que se sentaban los alumnos. Mientras comían, Longbottom hablaba acerca de unas especies en peligro de extinción que había conseguido para los invernaderos y Wellington formulaba preguntas al azar para parecer cortés a pesar de no entender nada de botánica ni interesarle el tema de conversación lo más mínimo. De vez en cuando asentía para demostrarle que le estaba escuchando, pero la mayor parte de las ocasiones en que lo hacía tenía la cabeza en otra parte, generalmente en la cúspide de la Torre de Ravenclaw, su habitación, o su despacho, que se encontraba sobre el aula donde impartía Defensa Contra las Artes Oscuras. Llegó un momento en que el tema se desvirtuó y comenzaron a debatir abiertamente sobre el Bosque Prohibido y las criaturas que lo habitaban. Al debate se les unió el profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas y de pronto se sorprendieron en una discusión falsamente acalorada de la que de vez en cuando escapan algunas risas. Ninguna de ellas pertenecía a Wellington, por supuesto. Como mucho sonreía, les daba la razón, bebía de su copa y volvía a debatirles.
Tras varios minutos de comparaciones absurdas entre las tres materias, Wellington alzó la cabeza e hizo un barrido con la mirada. El Gran Comedor se hallaba insultantemente vacío en comparación con otras veces. Los alumnos salían o se marchaban pronto para deambular por el castillo antes de que dieran el toque de queda. Durante su recorrido visual se topó con la mirada de una joven y allí se detuvo. La sensualidad, elegancia y confianza en sí misma que mostraba fueron indicadores mucho más fiables que su uniforme para saber que pertenecía a Beauxbatons. La reconoció como una de los pocos valientes que se inscribían en la carrera de Misterios de la Magia y alzó la copa amagando un brindis en su honor.
Ambos estaban sentados en la amplia mesa del profesorado cuando el reloj dio las siete en punto y su superficie se llenó de comida, al igual que las otras cuatro restantes en las que se sentaban los alumnos. Mientras comían, Longbottom hablaba acerca de unas especies en peligro de extinción que había conseguido para los invernaderos y Wellington formulaba preguntas al azar para parecer cortés a pesar de no entender nada de botánica ni interesarle el tema de conversación lo más mínimo. De vez en cuando asentía para demostrarle que le estaba escuchando, pero la mayor parte de las ocasiones en que lo hacía tenía la cabeza en otra parte, generalmente en la cúspide de la Torre de Ravenclaw, su habitación, o su despacho, que se encontraba sobre el aula donde impartía Defensa Contra las Artes Oscuras. Llegó un momento en que el tema se desvirtuó y comenzaron a debatir abiertamente sobre el Bosque Prohibido y las criaturas que lo habitaban. Al debate se les unió el profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas y de pronto se sorprendieron en una discusión falsamente acalorada de la que de vez en cuando escapan algunas risas. Ninguna de ellas pertenecía a Wellington, por supuesto. Como mucho sonreía, les daba la razón, bebía de su copa y volvía a debatirles.
Tras varios minutos de comparaciones absurdas entre las tres materias, Wellington alzó la cabeza e hizo un barrido con la mirada. El Gran Comedor se hallaba insultantemente vacío en comparación con otras veces. Los alumnos salían o se marchaban pronto para deambular por el castillo antes de que dieran el toque de queda. Durante su recorrido visual se topó con la mirada de una joven y allí se detuvo. La sensualidad, elegancia y confianza en sí misma que mostraba fueron indicadores mucho más fiables que su uniforme para saber que pertenecía a Beauxbatons. La reconoció como una de los pocos valientes que se inscribían en la carrera de Misterios de la Magia y alzó la copa amagando un brindis en su honor.
Ares Wellington- Mensajes : 104
Fecha de inscripción : 07/04/2013
Re: We aren't strangers ✖ Ares Wellington
Relamió sus labios con ligero toque sensual al notar que su mirada había sido captada con rapidez, era normal, ella estaba acostumbrada a ser vista, pero no por eso quería decir que todos pusieran su interés al mismo nivel en ella, eso lo tenía más que claro, lo cual le fue grato al notar los ojos profundos de su maestro en su figura, la joven colocó una mano en la mesa, sobre ella puso un costado del rostro, como observándolo ligeramente inclinado, tomó la copa con jugo de uva para hacerlo en su dirección, ¿si los veían? Bueno, eso importaba muy poco, sólo se trataba de un gesto que no mataría a nadie, peores cosas se habían visto entre los pasillos a horas más entradas de la noche, y nadie hacía escándalo al respecto, mucho menos había queja, o alguna sanción, aunque bueno, socializar más de la cuenta con un maestro no debía ser permitido ¿O si? Bien se sabía que algunos alumnos tenía preferencia pues familiares de ellos trabajan en esa institución, jamás había pasado nada, por un gesto como ese nada pasaría.
La joven llevó la copa con parsimonia a sus labios. Dando un sorbo discreto, sus boca se llenó de aquel liquido color carmín, si, similar a la sangre, se dice que algunos vampiros que quieren pasar desapercibidos entre los humanos utilizan ese liquido para aparentar un poco. El sabor era dulce, pero muy delicioso, por eso lo consumía. Pasó así la punta de la lengua por el borde y se concentró de nuevo en sus alimentos para terminarlos. Algo había pasado en ese choque de miradas que se sentía inquieta, era como desear saber un poco más. La verdad es que, pocas veces se le había acercado para algo, inclusive que fuera dentro de los apuntes de la materia. Suspiró profundamente, no se quedaría con la sensación, por lo que arrimó el plato esperando a que desapareciera, no sólo eso, también cerró el libro para tomarlo en mano, salió de entre las mesas para tomar rumbo a la mesa del profesor, a pesar de estar con más acompañado, no le importaba un reverendo cacahuate si interrumpía o no. Bien se sabía que ella nunca media por completo sus limites.
- Buenas noches, quisiera hablar un momento con el profesor, Wellington ¿Me lo permiten? - Paseó la mirada con lentitud entre los presentes, sus labios se habían curvado mostrando una sonrisa mordaz, no había eliminado la postura elegante y perfectamente elaborada que tenía. Sus uniforma se ceñía por completo a su figura. Al final de aquel recorrido se fijo en el profesor, ampliando un poco más el gesto de sus labios. - Quisiera saciar una duda ¿Lo espero afuera? - Preguntó de forma cortés. Incluso la voz que salía de sus labios irradiaba sensualidad, con esa delicadeza de la tonalidad, con lo ligero que se raspaba al salir los sonidos en su cuerdas bucales que le daban un ton erótico a cada palabra dada, encima intentando dejar la tonalidad francesa de lado, pero era imposible.
La joven se despidió con una ligera reverencia, una educada y que era más p protocolar en sus tierras que en ese lugar. Se dio la vuelta y sus pasos resonaron al salir, como creando un espectáculo que hacía le miraran aún más. Al salir del gran comedor se coloqué frente a un arco ventanal, esperando a que el profesor, no tardara demasiado.
La joven llevó la copa con parsimonia a sus labios. Dando un sorbo discreto, sus boca se llenó de aquel liquido color carmín, si, similar a la sangre, se dice que algunos vampiros que quieren pasar desapercibidos entre los humanos utilizan ese liquido para aparentar un poco. El sabor era dulce, pero muy delicioso, por eso lo consumía. Pasó así la punta de la lengua por el borde y se concentró de nuevo en sus alimentos para terminarlos. Algo había pasado en ese choque de miradas que se sentía inquieta, era como desear saber un poco más. La verdad es que, pocas veces se le había acercado para algo, inclusive que fuera dentro de los apuntes de la materia. Suspiró profundamente, no se quedaría con la sensación, por lo que arrimó el plato esperando a que desapareciera, no sólo eso, también cerró el libro para tomarlo en mano, salió de entre las mesas para tomar rumbo a la mesa del profesor, a pesar de estar con más acompañado, no le importaba un reverendo cacahuate si interrumpía o no. Bien se sabía que ella nunca media por completo sus limites.
- Buenas noches, quisiera hablar un momento con el profesor, Wellington ¿Me lo permiten? - Paseó la mirada con lentitud entre los presentes, sus labios se habían curvado mostrando una sonrisa mordaz, no había eliminado la postura elegante y perfectamente elaborada que tenía. Sus uniforma se ceñía por completo a su figura. Al final de aquel recorrido se fijo en el profesor, ampliando un poco más el gesto de sus labios. - Quisiera saciar una duda ¿Lo espero afuera? - Preguntó de forma cortés. Incluso la voz que salía de sus labios irradiaba sensualidad, con esa delicadeza de la tonalidad, con lo ligero que se raspaba al salir los sonidos en su cuerdas bucales que le daban un ton erótico a cada palabra dada, encima intentando dejar la tonalidad francesa de lado, pero era imposible.
La joven se despidió con una ligera reverencia, una educada y que era más p protocolar en sus tierras que en ese lugar. Se dio la vuelta y sus pasos resonaron al salir, como creando un espectáculo que hacía le miraran aún más. Al salir del gran comedor se coloqué frente a un arco ventanal, esperando a que el profesor, no tardara demasiado.
Dezireé A. Chevallier- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 06/05/2013
Re: We aren't strangers ✖ Ares Wellington
Wellington bajó la copa y siguió el curso de la conversación como si nada hubiera ocurrido. No se tomaba confianzas con alumnos ni mucho menos. Pero esa muchacha, por el momento, era la única universitaria en sus listas y podía permitirse ciertas licencias a la hora de saludarla. Cuando la lista tuviera más nombres inscritos la cosa cambiaría notoriamente. Longbotton seguía discutiendo con el profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas y Wellington ni siquiera sabía por qué. Acababa de perder el rumbo en la conversación porque, francamente, le importaba un comino qué fuera más importante en la sociedad mágica, si el adiestramiento de criaturas o de plantas salvajes. Suponía que ambos tenían sus respectivas propiedades beneficiarias, pero no era el mundo de los vivos el campo en el que se había especializado el profesor. No obstante observó divertido el debate. A decir verdad siempre era divertido ver a Longbotton tratar de imponer su autoridad con alguien que no fuera hijo suyo, aunque supuso que en casa no habría mucha diferencia dada su timidez.
Cuando creía que la cena no podría depararle más sorpresas, las tornas cambiaron. El resonar de unos zapatos de mujer atrajo su atención y Wellington alzó la vista a tiempo de ver que la muchacha de Beauxbatons se acercaba hasta la mesa del profesorado haciendo gala de seguridad y sensualidad, como todas sus compañeras. A Wellington no le pilló ni mucho menos desprevenido y aguardó. Otros presentes en la sala, especialmente alumnos, giraron sus cabezas para observar, unos más disimulados que otros, las curvas del cuerpo de la universitaria. Wellington hizo memoria rápidamente para saber cómo llamarla y no tardó en recordar que respondía al nombre de Dezireé Chevallier. Su edad y sus intereses poco importarían hasta que Wellington tuviera que hacerse cargo oficialmente de ella y decidir si era o no apta para recorrer los senderos de la muerte y la sombra. Un privilegio que se concedía a muy pocos por razones más que obvias: no se puede jugar con los muertos de igual manera que no se puede jugar con los vivos. La petición sorprendió a los dos profesores que le acompañaban, pero Wellington remarcó un asentimiento de cabeza mientras volvía a alzar su copa.
- Espéreme fuera-dijo.
Bebió y la observó marcharse. Aunque ya había acabado de cenar, Wellington remoloneó en su asiento y la hizo esperar durante minutos largos y tendidos. Era su forma de dejarle ver que seguía siendo quien tenía el mando en todo momento y que la vería cuando quisiera, no cuando ella exigiera. Wellington sabía por experiencia propia que las muchachas de Beauxbatons solían ser arrogantes, soberbias y caprichosas. Si querían ser sus alumnas y asistir a sus clases deberían someterse a sus normas, protocolos y puntos de vista. Pasados aproximadamente unos veinte minutos, Wellington se levantó de la mesa.
- Si me disculpan, caballeros-despidió a sus colegas de profesión vistiéndose la capa-. Tengo una cita pendiente.
El sarcasmo en su voz les desconcertó, pero asintieron y corearon una despedida que llegó hasta sus oídos mientras se alejaba. La capa negra de Wellington ondeaba con cada paso como un augurio de peligro y elegancia. La túnica que vestía debajo también era negra, salvo por algunos adornos, como el cinturón, que eran púrpuras. En el mundo mágico, el color púrpura y el verde esmeralda eran símbolos de elegancia, prestigio y poder. Los magos más poderosos, los más veteranos y a menudo también los más presumidos solían vestir prendas de estas tonalidades para remarcar su posición dentro de la sociedad mágica independientemente del tipo de sangre que corriera por sus venas. Minerva McGonagall, la directora que había regentado Hogwarts antes de Haeffner, solía vestir siempre de negro y verde esmeralda; Albus Dumbledore, su predecesor, vestía siempre de color púrpura.
Aëria Haeffner prefería el azul, el blanco y el dorado. Nadie entendía por qué.
Wellington cruzó las dos puertas de roble y cristal que vestían el Gran Salón y bajó las escaleras de mármol hacia el vestíbulo. Aunque lo intentase, la figura de la muchacha no habría pasado desapercibida en un pasillo atestado de alumnos y la encontró rápidamente sentada junto a una cristalera circular. Se acercó a ella y carraspeó.
- Buenas noches, señorita Chevallier.
Cuando creía que la cena no podría depararle más sorpresas, las tornas cambiaron. El resonar de unos zapatos de mujer atrajo su atención y Wellington alzó la vista a tiempo de ver que la muchacha de Beauxbatons se acercaba hasta la mesa del profesorado haciendo gala de seguridad y sensualidad, como todas sus compañeras. A Wellington no le pilló ni mucho menos desprevenido y aguardó. Otros presentes en la sala, especialmente alumnos, giraron sus cabezas para observar, unos más disimulados que otros, las curvas del cuerpo de la universitaria. Wellington hizo memoria rápidamente para saber cómo llamarla y no tardó en recordar que respondía al nombre de Dezireé Chevallier. Su edad y sus intereses poco importarían hasta que Wellington tuviera que hacerse cargo oficialmente de ella y decidir si era o no apta para recorrer los senderos de la muerte y la sombra. Un privilegio que se concedía a muy pocos por razones más que obvias: no se puede jugar con los muertos de igual manera que no se puede jugar con los vivos. La petición sorprendió a los dos profesores que le acompañaban, pero Wellington remarcó un asentimiento de cabeza mientras volvía a alzar su copa.
- Espéreme fuera-dijo.
Bebió y la observó marcharse. Aunque ya había acabado de cenar, Wellington remoloneó en su asiento y la hizo esperar durante minutos largos y tendidos. Era su forma de dejarle ver que seguía siendo quien tenía el mando en todo momento y que la vería cuando quisiera, no cuando ella exigiera. Wellington sabía por experiencia propia que las muchachas de Beauxbatons solían ser arrogantes, soberbias y caprichosas. Si querían ser sus alumnas y asistir a sus clases deberían someterse a sus normas, protocolos y puntos de vista. Pasados aproximadamente unos veinte minutos, Wellington se levantó de la mesa.
- Si me disculpan, caballeros-despidió a sus colegas de profesión vistiéndose la capa-. Tengo una cita pendiente.
El sarcasmo en su voz les desconcertó, pero asintieron y corearon una despedida que llegó hasta sus oídos mientras se alejaba. La capa negra de Wellington ondeaba con cada paso como un augurio de peligro y elegancia. La túnica que vestía debajo también era negra, salvo por algunos adornos, como el cinturón, que eran púrpuras. En el mundo mágico, el color púrpura y el verde esmeralda eran símbolos de elegancia, prestigio y poder. Los magos más poderosos, los más veteranos y a menudo también los más presumidos solían vestir prendas de estas tonalidades para remarcar su posición dentro de la sociedad mágica independientemente del tipo de sangre que corriera por sus venas. Minerva McGonagall, la directora que había regentado Hogwarts antes de Haeffner, solía vestir siempre de negro y verde esmeralda; Albus Dumbledore, su predecesor, vestía siempre de color púrpura.
Aëria Haeffner prefería el azul, el blanco y el dorado. Nadie entendía por qué.
Wellington cruzó las dos puertas de roble y cristal que vestían el Gran Salón y bajó las escaleras de mármol hacia el vestíbulo. Aunque lo intentase, la figura de la muchacha no habría pasado desapercibida en un pasillo atestado de alumnos y la encontró rápidamente sentada junto a una cristalera circular. Se acercó a ella y carraspeó.
- Buenas noches, señorita Chevallier.
Ares Wellington- Mensajes : 104
Fecha de inscripción : 07/04/2013
Re: We aren't strangers ✖ Ares Wellington
La hora en realidad poco importaba, no es que al día siguiente tuviera que levantarse temprano, además a ella siempre le había gustado merodear por las noches, sin tanto bullicio, sin tantos chicos que estuvieran revoloteando a su alrededor, ni tampoco locas queriendo imitar cada paso que daba, o murmurar sobre lo hermosa y engreída que era. Le bastaba saber que era de noche, que la luna no dejaba rastros de oscuridad absoluta pues el manto plateado que reflejaba a la tierra develaba algunos rincones. Podría no creerse del todo lo siguiente, pero en medio de la tranquilidad de las altas horas, a ella le gustaba poder incluso escuchar a los grillos que canturreaban. Le parecía algo único, sencillo pero que se podía rescatar sin duda; cuando tanta serenidad y paz se hacían presentes en escenarios como esos, ella incluso podía escuchar sus sentimientos, si, extraño pues se supone que estos se sienten, más bien podía sincerarse, ver dentro de su piel, y saber por qué latía su corazón en esos ámbitos. Toda una odisea.
Así estuvo, vagando entre pensamientos sin sentido y algunos que sobrepasaban lo cotidiano. Entre suspiros perdidos, y miradas de encanto. Saludando a quien pasaba y se detenía a su encuentro. Lo cierto es que los primeros diez minutos pasaron desapercibidos, cómo si el tiempo hubiera sido su mejor amigo haciendo del rato agradable, completamente ameno, pero a ella no le gustaba esperar, no al menos que tuviera una razón de peso fuerte para poder permanecer en el mismo sitio. Su naturaleza era inquieta, siempre iba y venía, escurridiza cual serpiente, estar en un mismo lado le parecía despreciable, más que alguien se tomara tantas atribuciones, además cuando se había acercado a la mesa de profesores, ni siquiera le notó demasiado alimento ¿qué estaría pasando? Decidió pues, esperar aproximadamente otros diez minutos más, sino llegaba terminaría por marcharse.
- Profesor Wellington - Musitó con notoria zalamería. Dezireé estaba enfadada, molesta por aquella falta de cortesía del hombre, pero bueno, bien sabía que algunos trabajadores de aquel colegio tenían el ego tan inflado como ella, de memoria sabía como tratar a esos individuos, ella era la maestra en ese aspecto, lo podría manejar bien. - Si la charla le era demasiado interesante, debió haberme mandado a decir que no podía atenderme, así me ahorraba de espera, y usted de interrumpir su encuentro tan grato - La joven mantenía una ceja arqueada dejando en claro su inconformidad - Sacié mis dudas ya con otro profesor - Aquello era una vil mentira, pero ella era la maestra de la actuación - Le agradezco que se tomará la molestia de venir hasta acá, pero supongo ya no lo necesito - Ella aún mantenía sentada, se puso de pie, y se colocó frente a él. - Pero… Profesor… Hablando un poco de otras cosas. ¿Cree conveniente socializar con vampiros? Estoy un poco inquieta, demasiado interesada en esas criaturas, pero siento que la información proveniente de los libros suele ser escasa, poco relevante ¿Alguna vez se ha relacionado con alguno? - La joven de largos y hermosos cabellos negros ahora se veía sumergida en su curiosidad, ignorando por completo el mal humor que hasta hace unos momentos tenía.
- Se que hablo de un tema sobre criaturas mágicas, pero debo serle franca profesor, usted es directamente con quien más relación tendré, quisiera cogerle la confianza necesaria para dejar de lado mis dudas, créame, existen docentes que no tienen idea de incluso como crear una sencilla poción multijugos, sé de usted, me he investigado, sé que es letrado - Ella no pretende resaltar las partes buenas del profesor Wllington, de hecho poco le importan, pero dado que es una joven con ambiciones intelectuales también necesita respuestas. - Se que el tiempo es valioso, que quizás estaba pasando un rato agradable, pero… Necesito saber, la noche es grata y quiero invertir mis horas investigando en el bosque - Aclaró siendo completamente honesta.
Así estuvo, vagando entre pensamientos sin sentido y algunos que sobrepasaban lo cotidiano. Entre suspiros perdidos, y miradas de encanto. Saludando a quien pasaba y se detenía a su encuentro. Lo cierto es que los primeros diez minutos pasaron desapercibidos, cómo si el tiempo hubiera sido su mejor amigo haciendo del rato agradable, completamente ameno, pero a ella no le gustaba esperar, no al menos que tuviera una razón de peso fuerte para poder permanecer en el mismo sitio. Su naturaleza era inquieta, siempre iba y venía, escurridiza cual serpiente, estar en un mismo lado le parecía despreciable, más que alguien se tomara tantas atribuciones, además cuando se había acercado a la mesa de profesores, ni siquiera le notó demasiado alimento ¿qué estaría pasando? Decidió pues, esperar aproximadamente otros diez minutos más, sino llegaba terminaría por marcharse.
- Profesor Wellington - Musitó con notoria zalamería. Dezireé estaba enfadada, molesta por aquella falta de cortesía del hombre, pero bueno, bien sabía que algunos trabajadores de aquel colegio tenían el ego tan inflado como ella, de memoria sabía como tratar a esos individuos, ella era la maestra en ese aspecto, lo podría manejar bien. - Si la charla le era demasiado interesante, debió haberme mandado a decir que no podía atenderme, así me ahorraba de espera, y usted de interrumpir su encuentro tan grato - La joven mantenía una ceja arqueada dejando en claro su inconformidad - Sacié mis dudas ya con otro profesor - Aquello era una vil mentira, pero ella era la maestra de la actuación - Le agradezco que se tomará la molestia de venir hasta acá, pero supongo ya no lo necesito - Ella aún mantenía sentada, se puso de pie, y se colocó frente a él. - Pero… Profesor… Hablando un poco de otras cosas. ¿Cree conveniente socializar con vampiros? Estoy un poco inquieta, demasiado interesada en esas criaturas, pero siento que la información proveniente de los libros suele ser escasa, poco relevante ¿Alguna vez se ha relacionado con alguno? - La joven de largos y hermosos cabellos negros ahora se veía sumergida en su curiosidad, ignorando por completo el mal humor que hasta hace unos momentos tenía.
- Se que hablo de un tema sobre criaturas mágicas, pero debo serle franca profesor, usted es directamente con quien más relación tendré, quisiera cogerle la confianza necesaria para dejar de lado mis dudas, créame, existen docentes que no tienen idea de incluso como crear una sencilla poción multijugos, sé de usted, me he investigado, sé que es letrado - Ella no pretende resaltar las partes buenas del profesor Wllington, de hecho poco le importan, pero dado que es una joven con ambiciones intelectuales también necesita respuestas. - Se que el tiempo es valioso, que quizás estaba pasando un rato agradable, pero… Necesito saber, la noche es grata y quiero invertir mis horas investigando en el bosque - Aclaró siendo completamente honesta.
Dezireé A. Chevallier- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 06/05/2013
Re: We aren't strangers ✖ Ares Wellington
Así que después de todo había dado en la yema del gusto a la inversa. Chevallier estaba enfadada, pero era lo suficiente inteligente como para no decirlo abiertamente a pesar de que su lenguaje corporal y algo parecido al sarcasmo dijeran lo contrario. Wellington guardó muy bien sus sonrisas, que aunque eran escasas solían brotar en el momento menos oportuno. No para él, pero sí para otros. El profesor frunció el ceño y miró hacia la escalera de mármol que acababa de dejar a sus espaldas y conducía al Gran Comedor de Hogwarts. Dentro el alboroto seguía destacando a pesar de que los alumnos hubieran comenzado a marcharse hacia sus respectivas Salas Comunes.
- A decir verdad, señorita Chevallier- su voz sonaba cordial, pero también fría-, preferiría seguir siendo yo el que pusiera orden a mis prioridades y les diese mayor o menor importancia. Gracias.
Tajante, claro y conciso. No hacía falta andarse con rodeos para dejar clara una postura por lo demás perfectamente normal. Quizá era lo único que podía tacharse de tal cosa en el profesor Wellington: su carácter inglés. Con todo, su rostro seguía siendo pétreo y carente de expresividad, salvo por esa astucia avivada en sus ojos azules y que les confería la sensación de poder meterse en la mente de cualquier persona... Siendo realistas, podía hacerlo. ¡Ah, qué noble y peligroso arte el de la Legeremancia! Codiciado por muchos y conseguido por pocos, muy pero que muy pocos. La propia señorita Chevallier asistiría a sus clases teóricas, pero Wellington no tenía muchas esperanzas de que poseyera un don para la lectura de mentes. A decir verdad, tanto los visionarios que predecían el futuro como los legeremantes eran escasos y a veces amenazaban con extinguirse. En cierta forma, Wellington prefería que así fuera. Para él, que era ducho en ambas materias, resultaba evidente el peligro que concernía entregar un don y toda la responsabilidad que este conllevaba a cualquier persona y que esta resultara ser de todo, menos responsable precisamente. Le tocaría escrutar su mente para saber hasta qué punto estaban desarrolladas sus habilidades mágicas.
La pregunta de su aprendiz no solo le sacó de sus cavilaciones, sino que le desconcertó. A decir verdad, estaba a punto de dar media vuelta y marcharse cuando tuvo la insolencia de recriminarle la tardanza y más tarde afirmar que ya había resuelto sus dudas con otro docente. Peliagudo tema el de los vampiros, mucho más para alguien con un pasado y una historia familiar como los de Ares Wellington. El profesor torció los labios y esbozó una media sonrisa afilada y meramente ocasional.
- A decir verdad, los vampiros pertenecen a mi materia, no a Cuidado de Criaturas Mágicas- aseveró con calma-. Entre otras cosas porque dudo sinceramente que alguien quiera criar a uno como mascota. Si alguna vez se topase con una persona de tales ideales, le haría mucho bien llamando a San Mungo para que lo ingresasen en la unidad de psiquiatría mágica.
¿Has dónde alcanzaba la imaginación humana? ¿Dónde acababa la leyenda y empezaba la realidad del vampiro? Muchos soñaban con seres magníficos y dotados de una belleza y elegancia especiales e insólitas. Soñaban con criaturas magníficas que podían transportarles a otro mundo, a un paraíso privado, sin ser conscientes del peligro que se cerraba en torno a su alma oscura y resquebrajada, si es que aun la poseían.
- No, no es conveniente ni seguro socializar con vampiros- nuevamente su respuesta se oyó tajante-. Quizá los haya benévolos o que odien su condición y a sus creadores. Quizá, por qué no. Pero una cosa es segura: para ellos no eres más que su almuerzo. Cuando el hambre ataca, lo demás carece de importancia. Antaño fueron humanos, pero cuando se convirtieron se volvieron animales y depredadores.
- A decir verdad, señorita Chevallier- su voz sonaba cordial, pero también fría-, preferiría seguir siendo yo el que pusiera orden a mis prioridades y les diese mayor o menor importancia. Gracias.
Tajante, claro y conciso. No hacía falta andarse con rodeos para dejar clara una postura por lo demás perfectamente normal. Quizá era lo único que podía tacharse de tal cosa en el profesor Wellington: su carácter inglés. Con todo, su rostro seguía siendo pétreo y carente de expresividad, salvo por esa astucia avivada en sus ojos azules y que les confería la sensación de poder meterse en la mente de cualquier persona... Siendo realistas, podía hacerlo. ¡Ah, qué noble y peligroso arte el de la Legeremancia! Codiciado por muchos y conseguido por pocos, muy pero que muy pocos. La propia señorita Chevallier asistiría a sus clases teóricas, pero Wellington no tenía muchas esperanzas de que poseyera un don para la lectura de mentes. A decir verdad, tanto los visionarios que predecían el futuro como los legeremantes eran escasos y a veces amenazaban con extinguirse. En cierta forma, Wellington prefería que así fuera. Para él, que era ducho en ambas materias, resultaba evidente el peligro que concernía entregar un don y toda la responsabilidad que este conllevaba a cualquier persona y que esta resultara ser de todo, menos responsable precisamente. Le tocaría escrutar su mente para saber hasta qué punto estaban desarrolladas sus habilidades mágicas.
La pregunta de su aprendiz no solo le sacó de sus cavilaciones, sino que le desconcertó. A decir verdad, estaba a punto de dar media vuelta y marcharse cuando tuvo la insolencia de recriminarle la tardanza y más tarde afirmar que ya había resuelto sus dudas con otro docente. Peliagudo tema el de los vampiros, mucho más para alguien con un pasado y una historia familiar como los de Ares Wellington. El profesor torció los labios y esbozó una media sonrisa afilada y meramente ocasional.
- A decir verdad, los vampiros pertenecen a mi materia, no a Cuidado de Criaturas Mágicas- aseveró con calma-. Entre otras cosas porque dudo sinceramente que alguien quiera criar a uno como mascota. Si alguna vez se topase con una persona de tales ideales, le haría mucho bien llamando a San Mungo para que lo ingresasen en la unidad de psiquiatría mágica.
¿Has dónde alcanzaba la imaginación humana? ¿Dónde acababa la leyenda y empezaba la realidad del vampiro? Muchos soñaban con seres magníficos y dotados de una belleza y elegancia especiales e insólitas. Soñaban con criaturas magníficas que podían transportarles a otro mundo, a un paraíso privado, sin ser conscientes del peligro que se cerraba en torno a su alma oscura y resquebrajada, si es que aun la poseían.
- No, no es conveniente ni seguro socializar con vampiros- nuevamente su respuesta se oyó tajante-. Quizá los haya benévolos o que odien su condición y a sus creadores. Quizá, por qué no. Pero una cosa es segura: para ellos no eres más que su almuerzo. Cuando el hambre ataca, lo demás carece de importancia. Antaño fueron humanos, pero cuando se convirtieron se volvieron animales y depredadores.
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